jueves, 29 de noviembre de 2007

Intelectuales que alcanzaron la incompetencia

Hemos hecho alusión a Sartre, el intelectual patentado y matriculado de las últimas generaciones.  Se dice que muchos políticos de la "Izquierda Divina" de Francia le consultaban a menudo.  Tal vez sea por tal motivo que las izquierdas no llegaron al poder en ese  país hasta después de su muerte.

La costumbre de consultar a los intelectuales en cuestiones políticas es casi inveterada en ciertos países de gran tradición democrática. Ahí tenemos, por ejemplo, a Voltaire, filósofo y literato de primera fila, que alcanzó su nivel de incompetencia cuando aconsejó a Luis XIV que cambiara a los ingleses el Canadá por la pequeña isla de la Martinica. El filósofo que quiso ser político, en efecto, definió al Canadá  como "quelques arpents de neige" (unas hectáreas de nieve).

O Sócrates, un gran filósofo y profesor que alcanzó su nivel de incompetencia cuando quiso convertirse en su propio abogado defensor y consiguió que la petición de destierro por parte del fiscal se transformara en una pena de muerte por parte del juez.

O Julio César, uno de los mayores generales de todos los tiempos, que fue demasiado confiado en sus relaciones con los políticos y eso le costó la vida.

O el general-presidente Ulyses Grant, gran práctico y teórico del arte militar y el único guerrero. americano tomado en consideración por los estudiosos alemanes, que al pasar a la política fue elegido Presidente de los Estados Unidos y luego reelegido pese a que en ambos términos de su mandato acumuló más errores que ninguno de sus predecesores y presidió los mayores escándalos administrativos de la historia de su patria. Pese a lo cual, el Pueblo Soberano que lo había elegido y reelegido lo habría ciertamente, elegido una tercera vez de no haber impedido los notables de su partido que se ocuparon de que no se volviera a presenter.

O como Don José Ortega y Gasset, gloria del pensamiento hispano, que alcanzó su nivel de incompetencia como diputado de la II República Española, pasando dos años sentado en su escaño sin apenas pronunciar palabra ni escribir tampoco nada relacionado con su nueva actividad política, como no fuera el celebre "No es eso ... No es eso ..." dando a entender que los que se consideraban sus discípulos no habían comprendido nada.

O como Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura que alcanzó, igualmente su nivel de incompetencia al hacer vaticinios de tipo político cuando afirmó, en una rueda de prensa que no habría guerra porque los alemanes sabían muy bien que los polacos con o sin ayuda de las democracias occidentales les derrotarían fácilmente en unas semanas .

El autor es un aprendiz de la vida

El arte de equivocarse

Equivocarse es un don natural. No se puede aprender. He aquí, para ir entrando en materia, algunas predicciones y aseveraciones de algunos genios del error.

"El primer día de la Creación Dios hizo la luz... En el segundo día, el sol, la luna y las estrellas". (La Biblia, autor desconocido). Es lógico. Para hacer algo, lo primero que se necesita es luz, claridad.

Pero tal opinión no la compartía el Doctor John Lightfoot, Vice-Canciller de la Universidad de Cambridge quien, en 1858, poco antes de que Darwin publicara su "Origen de las Especies", declaró con precisión reservada a los genios: "Los cielos y la tierra fueron creados en el mismo instante, el día 23 de octubre del año 4004 antes de Jesucristo, a las nueve de la mañana". Los cálculos para llegar a tan encomiable precisión, las nueve de la mañana (madrugada para los perezosos) debieron ser, forzosamente, tan abstrusos, que el ilustre doctor no se tomó la molestia de intentar explicárselos a su admirado auditorio. Las nueve horas de un año capicúa antes de la venida del Mesías.

No obstante, a veces sí se dignan los sabios darles explicaciones a los simples mortales.  "Viajar en ferrocarril a velocidades superiores a las veinte millas por hora no será nunca posible, digan lo que digan los farsantes, porque los pasajeros, al no poder respirar, morirían de asfixia". Esto afirmó Dyonisius Lardner, profesor de Filosofía y Astronomía de la Universidad de Londres, hacia 1850. 

Este sabio tenía una mente lógica y -al revés del Doctor Lightfoot, descubridor de la fecha de la creación del mundo- gustaba de razonar sus aseveraciones.  Y así como deducía que los pasajeros no podrían respirar y lógicamente, se asfixiarían, si viajaban en trenes cuya velocidad llegara a los treinta kilómetros por hora, también explicaba porqué los buques de vapor nunca podrían llegar a cruzar el Atlántico, toda vez que se necesitaría una cantidad de carbón muy superior a la que podrían llevar consigo. Pero el Destino, a veces, es cruel con los grandes hombres. Unos meses después, el "Great Western" cruzaba el Atlántico.

Como el primer aeroplano, construido por los hermanos Wright, volaba dieciocho meses después de que Simon Newcomb, el más grande de los astrónomos americanos del siglo XIX y principios del XX, declarara: "El vuelo, llevado a cabo por máquinas más pesadas que el aire es algo contrario a la práctica; el simple sentido común de un niño comprende que es imposible".

Ernst Mach (1838-1916) profesor de Física en la Universidad de Viena, soltó esta frase soberbia en defensa de la Ciencia ante los embates de la superstición: "Puedo, aceptar tan poco la teoría de la relatividad como la existencia de los átomos y demás dogmas idiotas. Soy un hombre de Ciencia; no un ignorante clérigo".

Más aún. El gran físico inglés Ernest Rutherford, después de haber logrado desintegrar el átomo por primera vez, en 1924, tuvo el valor de decir: "La energía producida por la ruptura del átomo es algo muy pobre. Quien espere una fuente de energía de la transformación de esos átomos piensa en tonterías".

Los citados artistas del error han sido, recordados por la posteridad agradecida. En cambio, el buen padre Matheu, ha sido injustamente sepultado en el olvido. En una hoja diocesana barcelonesa escribió, hacia el año 1753: "... Nos llegan noticias de que en la lejana América del Norte, un sujeto llamado Benjamin Franklin, embauca a sus conciudadanos haciéndoles creer que ha descubierto una máquina infernal que contrarresta los efectos del rayo, en verdad que la desfachatez de esos impíos no parece conocer límite. ¡Perdéis el tiempo, descreídos! ¡Nunca lograrais arrebatar a Dios sus poderes! ¡Y ojalá que el rayo de la justa cólera divina no caiga sobre vuestras débiles cabezas!".

Otras cabezas han  parido sentencias absurdamente pintorescas en el campo de las Artes.  Así, por ejemplo, cuando el Kaiser Fernando tras escuchar, por primera vez, "Las Bodas de Fígaro", le dijo a Mozart: "Demasiado ruidoso, mi querido Mozart. Demasiadas notas. Por este camino nunca llegarás a nada". Y Philip Hale, un crítico musical de Boston, escribió en un periódico, en 1837: "Si la Séptima Sinfonía de Beethoven no es abreviada, por el medio que sea, pronto caerá en el olvido".

A veces, el chauvinismo interviene y se logran perlas tan delicadas como la de John Hunt, estadista inglés del siglo XIX que afirmó, majestuosamente: "Rembrandt no puede ser comparado en la pintura de expresiones, con nuestro extraordinario genio de la pintura inglesa, Mr. Rippingille".

Y más grave es, aún, cuando la perla es elaborada por una personalidad indudablemente cualificada: "He interpretado la música de ese granuja de Brahms. ¡Vaya bastardo tan incapaz! Me molesta que esa infatuada mediocridad sea considerada un genio" (Diario de Tchaikovsky, 9 de octubre de 189'6).

El arte de equivocarse es viejo como el mundo. Sus manifestaciones abarcan todos los campos de la actividad humana. Hemos citado unos cuantos ejemplos significativos.  Pero aquí nos ocupamos de las tragicomedias, errores, absurdos y situaciones pintorescas de la Historia.  Para entrar en materia, pues, hemos elegido la última frase pronunciada por el General nordista John Sedgwick, que murió en la batalla de Spotsylvania, en 1864, durante la Guerra de Secesión norteamericana.  Sedgwick asomó la cabeza por encima de un parapeto, y dijo:

"Estos malditos sudistas no saben disparar. ¿Por qué tiran desde tan lejos? ¡Qué manera de malgastar municiones!  No podrían alcanzar ni a un elefante desde esta dist... (murió)

lunes, 19 de noviembre de 2007

Los Tabalenguas: Una Cultura Olvidada

El juego de los trabalenguas es divertidísimo y pone a prueba nuestras capacidades mentales y lingüísticas. Uno de los trabalenguas más recordados es aquel de los Tres Tristes Tigres. La novela de Guillermo Cabrera Infante lo reavivó en la memoria de muchos.

Sin embargo, ¿cuántos lo recuerdan completo?. La verdad no muchos.
Dice así: "Tres tristes tigres/ tragaban trigo/en tres tristes trastos,/ sentados en un trigal,/ Sentados en un trigal,/ en tres tristes trastos, tragaban trigo/ tres tristes tigres".

Es fácil memorizarlo. No es tan fácil decirlo sin sentir que la lengua se nos traba. Es todo un ejercicio que lleva su tiempo para lograr el fluido destrabe verbal. Los niños de ayer, antes de escribir las primeras letras, hacían palotes. De ello se derivaba posteriormente una muy buena caligrafía.

Igualmente los niños de ayer, guiados por sus pacientes maestros, aprendían trabalenguas. Esto les ayudaba a bien hablar sin amontonar las sílabas y parafraseando perfectamente.  Ignoramos los motivos pedagógicos que nos han llevado a dejar a un lado la práctica de los trabalenguas.

El caso es que los niños de hoy ya no juegan a los trabalenguas como lo hicieron sus abuelos. Tal parece que los educadores actuales no están interesados en enseñar esas simplezas e inutilidades de ayer.

¿Serán simples inutilidades los trabalenguas?

Nosotros pensamos que no, por lo que de buena gana seguimos jugando con los trabalenguas y hemos observado lo mucho que lo disfrutan los niños de la familia.
A ellos les encantan y les divierten y nosotros sentimos que sus lenguas se desatan y terminan hablando con más facilidad.

Los trabalenguas son pues unos ejercicios tan festivos como divertidos. No ya para los niños, sino para las personas de todas las edades. Tenemos amigos que se dedican a la locución y son los primeros en elogiarlos, por más que hoy dicho medio parece haber sido invadido por no pocos tartamudos de la lengua y de la mente.

Ciertamente el aprendizaje y la práctica de los trabalenguas de ninguna manera es algo ocioso y perteneciente a un pasado sobreseído. Si recordamos a Demóstenes, el gran orador griego, quien fuera tartamudo y haciendo uso de unas diminutas piedrecitas que se introducía en su boca, con las que hacía ciertos ejercicios lingüísticos, corrigió su defecto y consiguió expresarse sin tartamudear. A su manera, Demóstenes, con aquellas piedrecitas jugaba a los trabalenguas y mejoraba su dicción.

 ¿Por qué entonces no rescatar los viejos trabalenguas, y a su vez crear nuevos, con el fin de enseñárselos a los niños y jóvenes de hoy? No conocemos en el mercado del libro uno solo consagrado por entero a los trabalenguas.

 Para encontrar actualmente algunos de los que divirtieron a nuestros bisabuelos y abuelos, más que a nuestros padres, hemos de incursionar por las páginas amarillas de libros pretéritos. Es eso un placer para nosotros, pues los trabalenguas en su propio contexto son un auténtico recreo.

 Jugar a los trabalenguas sirve incluso para sedar nuestro sistema nervioso.

Recordemos algunos trabalenguas que en su día estuvieron en las lenguas de todos:

"Perejil comí,/perejil cené,/¿cómo me desemperejilaré?".

Y este otro:

"Pablito clavó un clavito/ en la calva de un calvito/ En la calva de un calvito/ Pablito clavó un clavito".

Se nos hizo más fácil este último que los anteriores. Quizá se deba a la ternura de las "eles". Pero veamos que sucede con las "jotas".

"Yo tenía una jipijapa/ con muchos jipipajitos/ Iba a coger un jipijapito/ y me picó la jipijapa".

No faltarán los que se enreden más con este último, pero vencida la dificultad vendrá la alegría natural de haberla superado. Cada trabalenguas es en sí un reto.
En las escuelas de locución debería ser obligatorio el dominio de los trabalenguas. No estaría de más, aunque suene utópico, crear una asignatura relacionada con los trabalenguas. La verdad es que mejorarían mucho los profesionales del micrófono ejercitándose en trabalenguas como este:

"Yo tenía un gato/ y se me engáturibituri-pinguirizó,/ y el que me lo desengáturibituri-pinguirizare,/ será muy buen/ desengáturibituri-pinguirizador".

Si resulta difícil transcribirlos sin incurrir en la errata, no es menos difícil decirlos, pero, contra lo que algunos puedan creer, lo inteligente, ante los trabalenguas y las dificultades de la vida, que no son pocas, lo inteligente no es optar por lo fácil, sino afrontar y vencer lo difícil. 

La deuda impagable

Siglos atrás, en lo que hoy es España, había reinos y provincias cuyas fronteras no eran siempre claras ni solían estar en calma. El reino más poderoso de la península era el de León, en cuya silla se sentaba Sancho Ordóñez, también conocido como Sango I “el gordo”.

El reino de Navarra competía en pompa y poderío con el de León, si bien, gracias a las uniones político sanguíneas, ambas cortes se miraban con aprecio y respeto. Castilla, el centro de la península, no era todavía un reino, se trataba de un condado que anualmente rendía vasallaje a Navarra.

Para aquellos antiguos reinos, Castilla eran tierras bajas y lejanas, eran frontera. Más al sur, ya no eran las cruces las que adornaban los techos de los edificios, sino los símbolos del moro los que señoreaban y ondeaban. Castilla no sólo era frontera que se movía con los siglos, era también el campo de la mayoría de las batallas, el lugar donde proliferaron los castillos y otras fortificaciones. Era una tierra dura, violenta.

En aquellos parajes nació Fernán González, quien de muy niño quedó huérfano y fue educado por un antiguo sirviente de su padre, el antiguo conde de Castilla. Fernán creció y se hizo hombre en mitad de aquella frontera guerrera. Cuando tuvo la edad suficiente, se presentó frente a los antiguos vasallos de su padre y fue nombrado conde de Castilla. No fueron necesarias muchas batallas para que la fama de Fernán comenzara a resonar por la península entera. Los castellanos comenzaron a quererlo y respetarlo.

Unos años después, sin mayores motivos que el expansionismo, Castilla fue atacada por Navarra, pero el ataque no llegó a buen término. Los navarros fueron vencidos por las armas y su rey, Sancho Abarca, fue muerto por la mano misma de Fernán González.

Al enterarse de lo ocurrido, el rey de León (cuñado del rey Navarro recién muerto) convocó a todos sus vasallos a la corte. El plan era atrapar a González y hacerle pagar por la muerte de Sancho. El día de la reunión, Fernán González apareció con un halcón azor en el brazo, montado en un corcel que levantaba envidias y con un buen número de hombres armados, tantos, que Abarca no pudo llevar a cabo su plan de traición.

Por ganar tiempo, Abarca propuso a González que se casara con la hija de Sancho I, doña Sancha. Las bodas tomaron fecha inmediata. Antes de dejarlo partir, el rey de León le insistió al conde castellano que le vendiera su azor y su caballo. Lo hizo con tal insistencia, que González, no pudiéndose negar tanto, ofreció un trato alevoso que se conocía como el tallarín doblado: cada día que pasara del plazo de un año, el precio del azor y el caballo se duplicaría. El trato se firmó frente a testigos. Abarca no pensaba cumplirlo, tenía sus planes.

El tiempo que tomó a los castellanos ir de León a Navarra fue el mismo que tomó a Abarca preparar, junto con su sobrino aspirante al trono de Navarra, una celada. Los castellanos fueron aprendidos y luego liberados, todos, menos Fernán González, que fue encerrado en la torre de un castillo.

De la torre jamás habría podido salir don Fernán, de no ser porque doña Sancha, enterada de la traición de su hermano y su tío, entró en el castillo, sobornó a los guardias y llevó a don Fernán a sus tierras. Los prófugos redoblaron los votos matrimoniales. La ceremonia se llevó a cabo en Burgos. Mientras los festejos seguían, la guerra entre castellanos, leoneses y navarros se intensificó. El ataque de los moros unificó a los cristianos pero no acabó con la guerra. Fernán González fue nuevamente traicionado y recluido a un calabozo, de donde escapó nuevamente con la ayuda de su esposa, doña Sancha, quien le llevó ropas de pordiosero.

Cuando el moro fue expulsado de Valencia y se hizo nuevamente la paz. Los reinos cristianos estaban exhaustos y bajaron las armas. Entonces se presentaron Fernán González y doña Sancha en León, a exigir al rey Abarca el pago del azor y el caballo. La suma era tan alta, que a los leoneses no les quedó más remedio que pagar con la libertad del condado. Así fue como castilla pasó a ser un reino más entre León, Navarra, Aragón y demás.

Eso mismo ocurre en este país, en el que todos los dominicanos nos veremos precisados a pagar con nuestra soberanía si los hombres y mujeres de buen Corazón y sana conciencia no nos alineamos en beneficio de la nación.

El autor es un aprendiz de la vida

El Alcohol y la Política 3 de 3

El uso y abuso del alcohol no se circunscribe, solamente, a los acontecimientos en cuyo recuerdo se han querido instituir las dos fiestas máximas, oficiales, de las grandes democracias francesa y norteamericana.  En la Historia de los pueblos, la plaga alcohólica ha dado pábulo y motivo a un sin fín de episodios jocosos y dramáticos a la vez.  Entresacaremos unos ejemplos que nos han parecido significativos.

 Andrew Johnson se presentó a las elecciones presidenciales norteamericanas en 1865, como compañero de candidatura de Abraham Lincoln. Este optaba a la presidencia, Johnson, naturalmente, a la Vice-Presidencia. Johnson llevó a cabo una campaña electoral tremendamente activa. Quedó totalmente exhausto y contrajo, incluso, la malaria.

Cuando el 4 de Marzo de 1865 se levantó de la cama, apenas podía tenerse en pié. Ese día era, oficialmente, nombrado Vice-Presidente de los Estados Unidos. Para fortificarse, tomó, a guisa de "medicina", un vaso de whisky, que le sentó pésimamente, debido a su débil condición. Llegó al Congreso con más de media hora de retraso.

Antes de subir al estrado "resbaló" dos veces y fue prácticamente puesto en pié por dos preocupados ayudantes. Una vez instalado, se le cayeron las cuartillas en las que llevaba escrito el discurso que pensaba endilgarles a los "padres de la patria". Sus ayudantes las recogieron y se las dieron, y pudo empezar el discurso. 

Johnson empezó a leer con voz pastosa y se interrumpió para limpiarse las gafas. Se las caló sobre su nariz y volvió a empezar de nuevo. Pero, aparentemente continuaba sin ver bien el texto. De manera que dos funcionarios rápidamente le arrebataron las cuartillas y pusieron en sus manos un papel con el texto del juramento al cargo.

Como Johnson farfullaba y se comía sílabas y palabras enteras, y repetía líneas que ya había leído, la ceremonia del juramento, que normalmente se desarrolla en unos cincuenta segundos, tardó algo más de seis minutos. Tras lo cual, el nuevo Vice-Presidente se embarcó en otro no-programado turno de embriagada oratoria, hasta que el juez que le tomó el juramento, caritativamente, le interrumpió iniciando una salva de aplausos que fueron arrolladoramente secundados por los miembros del divertido Congreso.

Este tragicómico episodio no dañó, en absoluto, la carrera de Andrew Johnson que, a la muerte de Lincoln, se convirtió en el decimoséptimo Presidente de los Estados Unidos. Ni el espectáculo de su juramento como Vice-Presidente, ni el hecho de dejar en la estacada a sus compatriotas sudistas (Johnson era partidario del mantenimiento de la esclavitud y bajo ese lema logró los decisivos votos del Sur) y actuar, una vez elegido, de una forma totalmente diferente a lo que había prometido a sus electores, impidieron que siguiera gozando de la confianza de sus conciudadanos, y escalara la magistratura del Estado.

Bien es verdad que el asesinato de Lincoln, al que debió su anticipado ascenso a la Presidencia está, por así decirlo, todo él impregnado en alcohol.

El asesinato de Abraham Lincoln fue cuidadosamente programado por poderes fácticos a quienes estorbaban los planes monetarios del Presidente. Pero, tras una planificación técnicamente perfecta, los errores humanos debidos al alcoholismo, no sólo estuvieron a punto de malograr la trama, sino que permitieron que trascendieran las motivaciones de la misma.

El 14 de abril de 1865, el actor John Wilkes Booth empezó a tomar unas copas de whisky, a las tres de la tarde, en el bar de la Kirkwood House, de Washington. A las cuatro, llegó al salón de Deery y pidió una botella de brandy.  Dos horas más tarde se le pudo ver bebiendo whisky en el salón Taltavul, junto al Teatro Ford.  Habiendo puesto al punto los últimos detalles para la ejecución del crimen que planeaba, Booth volvió, hacia las nueve y media, al Taltavul, donde se puso a beber cerveza junto con los empleados del Presidente Lincoln Charles Forb, mayordomo, Francis Burns, cochero y John Parker, guardaespaldas.

Este Parker había sido expulsado de la policía regular por alcohólico. Que un hombre de tales antecedentes llegara a ser guardaespaldas del propio Presidente es uno de tantos detalles incomprensibles de este caso singular.

A las diez y cuarto, mientras Parker continuaba bebiendo, dejando, así, al Presidente sin protección, Booth pasó al Teatro Ford y disparó mortalmente contra Lincoln. Mientras tanto, George Atzerodt compañero de Booth en la conspiración, que se suponía debía asesinar al Vice-Presidente Andrew.Johnson, había bebido tanto whisky para darse ánimos e infundiese valor que, borracho como una cuba, debió abandonar el plan.

Unos años más tarde, de nuevo el alcohol estuvo presente en un episodio importante de la historia de los Estados Unidos.

El 27 de Marzo de 1886, en el Cañón de los Embudos, Estado de Sonora, México, el general norteamericano George Crook y el jefe apache chiricahua Gerónimo negociaron un tratado de paz, según el cual Gerónimo y su tribu se rendirían y se dejarían conducir a la Reserva de San Carlos, en Arizona.

Para celebrar la conclusión del tratado, los apaches se bebieron enormes cantidades de whisky que les había vendido un traficante llamado Wertheimer.  A medida que se iban emborrachando los guerreros indios se lo "pensaban" mejor.

A medianoche, un Gerónimo totalmente embriagado y que apenas podía sostenerse en pie declaraba que nunca se rendiría a los blancos y repudiaba el tratado que acababa de firmar. Acompañado por sus guerreros Gerónimo se fue y "continuó la guerra, hasta ser vencido cinco meses después.

En la Historia Contemporánea encontramos una figura señera que rendía auténtico culto al alcohol. Nos referimos al que fue Primer ministro británico, Sir Winston Churchill. Su afición a la bebida, a todas horas del día y de la noche, era tan proverbial que su propio médico, Lord Moran, tenía a veces dificultades en determinar si su paciente estaba relativamente sobrio, o bien en un estado de embriaguez inicial. Consta que ciertas decisiones políticas de importancia las tomó hallándose en ese segundo estado.

El autor es un aprendiz de la vida

El Alcohol y la Política 2 de 3

También en la gran democracia francesa, y concretamente, en la efemérides que se conmemora el 14 de julio, juega un papel preponderante el alcohol.

El 14 de Julio se celebra, en Francia la Fiesta Nacional. La Toma de la Bastilla. Se pretende que en tal fecha, en 1779, "el pueblo" se levantó contra la opresión y tomó , tras ardua lucha, la fortaleza de la Bastilla, donde el régimen monárquico mantenía arbitrariamente detenidos a sus enemigos políticos.

Pero no fue el "pueblo" de París quien se levantó ese día. Todos los documentos históricos y todos los historiadores dignos de ese nombre, sin excepción, demuestran que los revoltosos eran la hez del populacho parisino, entre la que agentes provocadores a sueldo, unos de Inglaterra y otros de los clubs y logias habían hecho correr el alcohol.

Una turba de borrachos que se presentaron, instigados por sus mentores, ante los muros de la bastilla y exigieron al gobernador de la misma, De Launay, que se rindiera y libertara a los presos cuya custodia le había sido encomendada.

De Launay se negó y el populacho intentó un desorganizado ataque que fué fácilmente rechazado por el batallón de Inválidos que guardaba la fortaleza (35). Esto hizo reflexionar -o intentarlo, entre las brumas del alcohol- a los asaltantes.

Se dirigieron nuevamente al comandante de la fortaleza, para proponerle que les entregara a los presos. A cambio, le prometían respetar su vida y la de sus hombres, que se podrían marchar tranquilamente a casa. Así se evitaría un inútil derramamiento de sangre.  De Launay cedió, y lo pagó muy caro.

Todos los Inválidos fueron degollados, cortados a trozos y los restos paseados triunfalmente por las turbas, en las calles de París. La cabeza de De Launay, pinchada en una pica, fue llevada a Versalles y exhibida ante las ventanas de la Reina María Antonieta.

Los franceses airean sus banderas el 14 de julio. También lo hacen los militares y los funcionarios de la administración penitenciaria, sin duda para celebrar la masacre de De Launay y sus Inválidos. Pero esas banderas al viento no significan el fin de las detenciones arbitrarias.

Tras la llamada Liberación, en 1944-45, hubo en Francia más de medio millón de detenciones arbitrarias, puesto que se basaban en decretos "ex-post-facto". No significaban que los franceses sean libres de vivir fuera de la ortodoxia.

El sentido de esa fiesta nacional, ha dicho Cousteau, "es el símbolo de una opción, de una preferencia. No es por azar que el régimen republicano ha decidido reconocerse en esa efemérides cuyas circunstancias concuerdan, todas maravillosamente, con su estilo de vida. El 14 de julio es el triunfo oficial de la impostura, de la mentira y de la ferocidad".

Pretende hoy, la "Historia" oficial, que los vencedores de la Bastilla fueron unos héroes. En realidad la ciudadela capituló sin combate ("De Launay había perdido la cabeza antes de que se la cortaran" escribió Rivarol ) y la gloria de los vencedores es tan ficticia como la de los "sublevados" parisinos de 1944 (cuando los alemanes ya se habían retirado).

Se pretende que la caída de la Bastilla significó el fin de las detenciones arbitrarias. Pues bien: había en la Bastilla, el 14 de julio de 1789, ocho detenidos. Dos locos en espera de ser transferidos al manicomio de Charenton. Dos falsificadores de moneda. Tres ladrones. Y un sádico: Donatien Alphonse François de Sade. Y la Revolución, inaugurada el 14 de julio fue causa de matanzas sin precedentes e hizo arrojar en prisión a centenares de miles de inocentes.

Y no fue "el pueblo" en cuyo nombre tantos desmanes se cometen, quién se levantó, sino la chusma borracha, según unanimidad de los historiadores imparciales. Aunque luego, el día siguiente, el 15 de julio, los "ex-combatientes" de la Bastilla fueran diez veces más numerosos que los que habían estado, en realidad, bajo los muros de la fortaleza. Este fenómeno de multiplicación de los "Liberadores" debería repetirse en 1944. Y en esto están de acuerdo todos los historiadores no franceses y unos cuantos franceses honestos.

El autor es un aprendiz de la vida

El Alcohol y la Política 1 de 3

Es evidente, y creemos que lo estamos demostrando, que las locuras de los hombres tienen una gran incidencia en la Historia. Nos referimos a las locuras "naturales", espontáneas. Pero existe otro tipo de locuras: las provocadas por los vicios de los hombres.  En esta ocasión, nos vamos a referir, al lugar preeminente que ocupa la embriaguez en los hombres.

El alcohol, en efecto, ha tenido una influencia determinante en la vida de los pueblos. Y, tal vez, el caso más significativo de todos es el del famoso "Boston Tea Party", de 1773. "Tea Party", significa, en una traducción literal, reunión para tomar el té. 

 Esa traducción será muy literal, pero no demasiado correcta. En realidad lo que se hizo en Boston, el 16 de diciembre de 1773, no fué, precisamente, tomar el té, sino más bien un brebaje alcohólico a  base de ron.

 Cincuenta colonos, miembros del Comité de Correspondencia, es decir, de la élite que se suponía adicta a la Madre Patria, o sea a Inglaterra, se reunieron para celebrar una fiesta en casa de un impresor llamado Benjamín Edes.

 Como casi todos los reunidos eran comerciantes, se habló de comercio. Lógico. Y se habló de impuestos. De los impuestos excesivos, y, sobre todo, del impuesto sobre el té que les acababa de anunciar el gobernador de la colonia, "de orden de Su Majestad, Jorge III".

 Sabido es que, a menudo, una discusión es una válvula de escape a tensiones y malos humores. Pero cuando no hay discusión, cuando todos los reunidos están de acuerdo contra algo o alguien, entonces se impone buscar -y encontrar- un chivo expiatorio.  Algo o alguien sobre quien descargar el mal humor colectivo.

Esto les sucedió a los contertulios de Benjamin Edes, quienes, hallándose en diversos estados de ebriedad, se dirigieron al Muelle de Griffin, donde estaban anclados los barcos cargados con el té -impuesto en especies- destinado a Inglaterra. Durante tres horas se arrojaron las cajas de té al agua.

 El gobernador se lo tomó muy mal, y exigió que volviesen a llenarse los barcos con té y que los beodos se excusaran. Al negarse estos a lo uno y a lo otro, les impuso una multa. Se negaron a pagarla.  Al resistirse a la autoridad que iba a detenerles por rebeldes, se dispararon los primeros tiros. La Guerra de la Independencia Norteamericana había empezado.

El autor es un aprendiz de la vida