jueves, 29 de noviembre de 2007

Intelectuales que alcanzaron la incompetencia

Hemos hecho alusión a Sartre, el intelectual patentado y matriculado de las últimas generaciones.  Se dice que muchos políticos de la "Izquierda Divina" de Francia le consultaban a menudo.  Tal vez sea por tal motivo que las izquierdas no llegaron al poder en ese  país hasta después de su muerte.

La costumbre de consultar a los intelectuales en cuestiones políticas es casi inveterada en ciertos países de gran tradición democrática. Ahí tenemos, por ejemplo, a Voltaire, filósofo y literato de primera fila, que alcanzó su nivel de incompetencia cuando aconsejó a Luis XIV que cambiara a los ingleses el Canadá por la pequeña isla de la Martinica. El filósofo que quiso ser político, en efecto, definió al Canadá  como "quelques arpents de neige" (unas hectáreas de nieve).

O Sócrates, un gran filósofo y profesor que alcanzó su nivel de incompetencia cuando quiso convertirse en su propio abogado defensor y consiguió que la petición de destierro por parte del fiscal se transformara en una pena de muerte por parte del juez.

O Julio César, uno de los mayores generales de todos los tiempos, que fue demasiado confiado en sus relaciones con los políticos y eso le costó la vida.

O el general-presidente Ulyses Grant, gran práctico y teórico del arte militar y el único guerrero. americano tomado en consideración por los estudiosos alemanes, que al pasar a la política fue elegido Presidente de los Estados Unidos y luego reelegido pese a que en ambos términos de su mandato acumuló más errores que ninguno de sus predecesores y presidió los mayores escándalos administrativos de la historia de su patria. Pese a lo cual, el Pueblo Soberano que lo había elegido y reelegido lo habría ciertamente, elegido una tercera vez de no haber impedido los notables de su partido que se ocuparon de que no se volviera a presenter.

O como Don José Ortega y Gasset, gloria del pensamiento hispano, que alcanzó su nivel de incompetencia como diputado de la II República Española, pasando dos años sentado en su escaño sin apenas pronunciar palabra ni escribir tampoco nada relacionado con su nueva actividad política, como no fuera el celebre "No es eso ... No es eso ..." dando a entender que los que se consideraban sus discípulos no habían comprendido nada.

O como Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura que alcanzó, igualmente su nivel de incompetencia al hacer vaticinios de tipo político cuando afirmó, en una rueda de prensa que no habría guerra porque los alemanes sabían muy bien que los polacos con o sin ayuda de las democracias occidentales les derrotarían fácilmente en unas semanas .

El autor es un aprendiz de la vida

El arte de equivocarse

Equivocarse es un don natural. No se puede aprender. He aquí, para ir entrando en materia, algunas predicciones y aseveraciones de algunos genios del error.

"El primer día de la Creación Dios hizo la luz... En el segundo día, el sol, la luna y las estrellas". (La Biblia, autor desconocido). Es lógico. Para hacer algo, lo primero que se necesita es luz, claridad.

Pero tal opinión no la compartía el Doctor John Lightfoot, Vice-Canciller de la Universidad de Cambridge quien, en 1858, poco antes de que Darwin publicara su "Origen de las Especies", declaró con precisión reservada a los genios: "Los cielos y la tierra fueron creados en el mismo instante, el día 23 de octubre del año 4004 antes de Jesucristo, a las nueve de la mañana". Los cálculos para llegar a tan encomiable precisión, las nueve de la mañana (madrugada para los perezosos) debieron ser, forzosamente, tan abstrusos, que el ilustre doctor no se tomó la molestia de intentar explicárselos a su admirado auditorio. Las nueve horas de un año capicúa antes de la venida del Mesías.

No obstante, a veces sí se dignan los sabios darles explicaciones a los simples mortales.  "Viajar en ferrocarril a velocidades superiores a las veinte millas por hora no será nunca posible, digan lo que digan los farsantes, porque los pasajeros, al no poder respirar, morirían de asfixia". Esto afirmó Dyonisius Lardner, profesor de Filosofía y Astronomía de la Universidad de Londres, hacia 1850. 

Este sabio tenía una mente lógica y -al revés del Doctor Lightfoot, descubridor de la fecha de la creación del mundo- gustaba de razonar sus aseveraciones.  Y así como deducía que los pasajeros no podrían respirar y lógicamente, se asfixiarían, si viajaban en trenes cuya velocidad llegara a los treinta kilómetros por hora, también explicaba porqué los buques de vapor nunca podrían llegar a cruzar el Atlántico, toda vez que se necesitaría una cantidad de carbón muy superior a la que podrían llevar consigo. Pero el Destino, a veces, es cruel con los grandes hombres. Unos meses después, el "Great Western" cruzaba el Atlántico.

Como el primer aeroplano, construido por los hermanos Wright, volaba dieciocho meses después de que Simon Newcomb, el más grande de los astrónomos americanos del siglo XIX y principios del XX, declarara: "El vuelo, llevado a cabo por máquinas más pesadas que el aire es algo contrario a la práctica; el simple sentido común de un niño comprende que es imposible".

Ernst Mach (1838-1916) profesor de Física en la Universidad de Viena, soltó esta frase soberbia en defensa de la Ciencia ante los embates de la superstición: "Puedo, aceptar tan poco la teoría de la relatividad como la existencia de los átomos y demás dogmas idiotas. Soy un hombre de Ciencia; no un ignorante clérigo".

Más aún. El gran físico inglés Ernest Rutherford, después de haber logrado desintegrar el átomo por primera vez, en 1924, tuvo el valor de decir: "La energía producida por la ruptura del átomo es algo muy pobre. Quien espere una fuente de energía de la transformación de esos átomos piensa en tonterías".

Los citados artistas del error han sido, recordados por la posteridad agradecida. En cambio, el buen padre Matheu, ha sido injustamente sepultado en el olvido. En una hoja diocesana barcelonesa escribió, hacia el año 1753: "... Nos llegan noticias de que en la lejana América del Norte, un sujeto llamado Benjamin Franklin, embauca a sus conciudadanos haciéndoles creer que ha descubierto una máquina infernal que contrarresta los efectos del rayo, en verdad que la desfachatez de esos impíos no parece conocer límite. ¡Perdéis el tiempo, descreídos! ¡Nunca lograrais arrebatar a Dios sus poderes! ¡Y ojalá que el rayo de la justa cólera divina no caiga sobre vuestras débiles cabezas!".

Otras cabezas han  parido sentencias absurdamente pintorescas en el campo de las Artes.  Así, por ejemplo, cuando el Kaiser Fernando tras escuchar, por primera vez, "Las Bodas de Fígaro", le dijo a Mozart: "Demasiado ruidoso, mi querido Mozart. Demasiadas notas. Por este camino nunca llegarás a nada". Y Philip Hale, un crítico musical de Boston, escribió en un periódico, en 1837: "Si la Séptima Sinfonía de Beethoven no es abreviada, por el medio que sea, pronto caerá en el olvido".

A veces, el chauvinismo interviene y se logran perlas tan delicadas como la de John Hunt, estadista inglés del siglo XIX que afirmó, majestuosamente: "Rembrandt no puede ser comparado en la pintura de expresiones, con nuestro extraordinario genio de la pintura inglesa, Mr. Rippingille".

Y más grave es, aún, cuando la perla es elaborada por una personalidad indudablemente cualificada: "He interpretado la música de ese granuja de Brahms. ¡Vaya bastardo tan incapaz! Me molesta que esa infatuada mediocridad sea considerada un genio" (Diario de Tchaikovsky, 9 de octubre de 189'6).

El arte de equivocarse es viejo como el mundo. Sus manifestaciones abarcan todos los campos de la actividad humana. Hemos citado unos cuantos ejemplos significativos.  Pero aquí nos ocupamos de las tragicomedias, errores, absurdos y situaciones pintorescas de la Historia.  Para entrar en materia, pues, hemos elegido la última frase pronunciada por el General nordista John Sedgwick, que murió en la batalla de Spotsylvania, en 1864, durante la Guerra de Secesión norteamericana.  Sedgwick asomó la cabeza por encima de un parapeto, y dijo:

"Estos malditos sudistas no saben disparar. ¿Por qué tiran desde tan lejos? ¡Qué manera de malgastar municiones!  No podrían alcanzar ni a un elefante desde esta dist... (murió)