El juego de los trabalenguas es divertidísimo y pone a prueba nuestras capacidades mentales y lingüísticas. Uno de los trabalenguas más recordados es aquel de los Tres Tristes Tigres. La novela de Guillermo Cabrera Infante lo reavivó en la memoria de muchos.
Sin embargo, ¿cuántos lo recuerdan completo?. La verdad no muchos.
Dice así: "Tres tristes tigres/ tragaban trigo/en tres tristes trastos,/ sentados en un trigal,/ Sentados en un trigal,/ en tres tristes trastos, tragaban trigo/ tres tristes tigres".
Es fácil memorizarlo. No es tan fácil decirlo sin sentir que la lengua se nos traba. Es todo un ejercicio que lleva su tiempo para lograr el fluido destrabe verbal. Los niños de ayer, antes de escribir las primeras letras, hacían palotes. De ello se derivaba posteriormente una muy buena caligrafía.
Igualmente los niños de ayer, guiados por sus pacientes maestros, aprendían trabalenguas. Esto les ayudaba a bien hablar sin amontonar las sílabas y parafraseando perfectamente. Ignoramos los motivos pedagógicos que nos han llevado a dejar a un lado la práctica de los trabalenguas.
El caso es que los niños de hoy ya no juegan a los trabalenguas como lo hicieron sus abuelos. Tal parece que los educadores actuales no están interesados en enseñar esas simplezas e inutilidades de ayer.
¿Serán simples inutilidades los trabalenguas?
Nosotros pensamos que no, por lo que de buena gana seguimos jugando con los trabalenguas y hemos observado lo mucho que lo disfrutan los niños de la familia.
A ellos les encantan y les divierten y nosotros sentimos que sus lenguas se desatan y terminan hablando con más facilidad.
Los trabalenguas son pues unos ejercicios tan festivos como divertidos. No ya para los niños, sino para las personas de todas las edades. Tenemos amigos que se dedican a la locución y son los primeros en elogiarlos, por más que hoy dicho medio parece haber sido invadido por no pocos tartamudos de la lengua y de la mente.
Ciertamente el aprendizaje y la práctica de los trabalenguas de ninguna manera es algo ocioso y perteneciente a un pasado sobreseído. Si recordamos a Demóstenes, el gran orador griego, quien fuera tartamudo y haciendo uso de unas diminutas piedrecitas que se introducía en su boca, con las que hacía ciertos ejercicios lingüísticos, corrigió su defecto y consiguió expresarse sin tartamudear. A su manera, Demóstenes, con aquellas piedrecitas jugaba a los trabalenguas y mejoraba su dicción.
¿Por qué entonces no rescatar los viejos trabalenguas, y a su vez crear nuevos, con el fin de enseñárselos a los niños y jóvenes de hoy? No conocemos en el mercado del libro uno solo consagrado por entero a los trabalenguas.
Para encontrar actualmente algunos de los que divirtieron a nuestros bisabuelos y abuelos, más que a nuestros padres, hemos de incursionar por las páginas amarillas de libros pretéritos. Es eso un placer para nosotros, pues los trabalenguas en su propio contexto son un auténtico recreo.
Jugar a los trabalenguas sirve incluso para sedar nuestro sistema nervioso.
Recordemos algunos trabalenguas que en su día estuvieron en las lenguas de todos:
"Perejil comí,/perejil cené,/¿cómo me desemperejilaré?".
Y este otro:
"Pablito clavó un clavito/ en la calva de un calvito/ En la calva de un calvito/ Pablito clavó un clavito".
Se nos hizo más fácil este último que los anteriores. Quizá se deba a la ternura de las "eles". Pero veamos que sucede con las "jotas".
"Yo tenía una jipijapa/ con muchos jipipajitos/ Iba a coger un jipijapito/ y me picó la jipijapa".
No faltarán los que se enreden más con este último, pero vencida la dificultad vendrá la alegría natural de haberla superado. Cada trabalenguas es en sí un reto.
En las escuelas de locución debería ser obligatorio el dominio de los trabalenguas. No estaría de más, aunque suene utópico, crear una asignatura relacionada con los trabalenguas. La verdad es que mejorarían mucho los profesionales del micrófono ejercitándose en trabalenguas como este:
"Yo tenía un gato/ y se me engáturibituri-pinguirizó,/ y el que me lo desengáturibituri-pinguirizare,/ será muy buen/ desengáturibituri-pinguirizador".
Si resulta difícil transcribirlos sin incurrir en la errata, no es menos difícil decirlos, pero, contra lo que algunos puedan creer, lo inteligente, ante los trabalenguas y las dificultades de la vida, que no son pocas, lo inteligente no es optar por lo fácil, sino afrontar y vencer lo difícil.