Esa traducción será muy literal, pero no demasiado correcta. En realidad lo que se hizo en Boston, el 16 de diciembre de 1773, no fué, precisamente, tomar el té, sino más bien un brebaje alcohólico a base de ron.
Cincuenta colonos, miembros del Comité de Correspondencia, es decir, de la élite que se suponía adicta a la Madre Patria, o sea a Inglaterra, se reunieron para celebrar una fiesta en casa de un impresor llamado Benjamín Edes.
Como casi todos los reunidos eran comerciantes, se habló de comercio. Lógico. Y se habló de impuestos. De los impuestos excesivos, y, sobre todo, del impuesto sobre el té que les acababa de anunciar el gobernador de la colonia, "de orden de Su Majestad, Jorge III".
Sabido es que, a menudo, una discusión es una válvula de escape a tensiones y malos humores. Pero cuando no hay discusión, cuando todos los reunidos están de acuerdo contra algo o alguien, entonces se impone buscar -y encontrar- un chivo expiatorio. Algo o alguien sobre quien descargar el mal humor colectivo.
Esto les sucedió a los contertulios de Benjamin Edes, quienes, hallándose en diversos estados de ebriedad, se dirigieron al Muelle de Griffin, donde estaban anclados los barcos cargados con el té -impuesto en especies- destinado a Inglaterra. Durante tres horas se arrojaron las cajas de té al agua.
El gobernador se lo tomó muy mal, y exigió que volviesen a llenarse los barcos con té y que los beodos se excusaran. Al negarse estos a lo uno y a lo otro, les impuso una multa. Se negaron a pagarla. Al resistirse a la autoridad que iba a detenerles por rebeldes, se dispararon los primeros tiros. La Guerra de la Independencia Norteamericana había empezado.
El autor es un aprendiz de la vida
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