El uso y abuso del alcohol no se circunscribe, solamente, a los acontecimientos en cuyo recuerdo se han querido instituir las dos fiestas máximas, oficiales, de las grandes democracias francesa y norteamericana. En la Historia de los pueblos, la plaga alcohólica ha dado pábulo y motivo a un sin fín de episodios jocosos y dramáticos a la vez. Entresacaremos unos ejemplos que nos han parecido significativos.
Andrew Johnson se presentó a las elecciones presidenciales norteamericanas en 1865, como compañero de candidatura de Abraham Lincoln. Este optaba a la presidencia, Johnson, naturalmente, a la Vice-Presidencia. Johnson llevó a cabo una campaña electoral tremendamente activa. Quedó totalmente exhausto y contrajo, incluso, la malaria.
Cuando el 4 de Marzo de 1865 se levantó de la cama, apenas podía tenerse en pié. Ese día era, oficialmente, nombrado Vice-Presidente de los Estados Unidos. Para fortificarse, tomó, a guisa de "medicina", un vaso de whisky, que le sentó pésimamente, debido a su débil condición. Llegó al Congreso con más de media hora de retraso.
Antes de subir al estrado "resbaló" dos veces y fue prácticamente puesto en pié por dos preocupados ayudantes. Una vez instalado, se le cayeron las cuartillas en las que llevaba escrito el discurso que pensaba endilgarles a los "padres de la patria". Sus ayudantes las recogieron y se las dieron, y pudo empezar el discurso.
Johnson empezó a leer con voz pastosa y se interrumpió para limpiarse las gafas. Se las caló sobre su nariz y volvió a empezar de nuevo. Pero, aparentemente continuaba sin ver bien el texto. De manera que dos funcionarios rápidamente le arrebataron las cuartillas y pusieron en sus manos un papel con el texto del juramento al cargo.
Como Johnson farfullaba y se comía sílabas y palabras enteras, y repetía líneas que ya había leído, la ceremonia del juramento, que normalmente se desarrolla en unos cincuenta segundos, tardó algo más de seis minutos. Tras lo cual, el nuevo Vice-Presidente se embarcó en otro no-programado turno de embriagada oratoria, hasta que el juez que le tomó el juramento, caritativamente, le interrumpió iniciando una salva de aplausos que fueron arrolladoramente secundados por los miembros del divertido Congreso.
Este tragicómico episodio no dañó, en absoluto, la carrera de Andrew Johnson que, a la muerte de Lincoln, se convirtió en el decimoséptimo Presidente de los Estados Unidos. Ni el espectáculo de su juramento como Vice-Presidente, ni el hecho de dejar en la estacada a sus compatriotas sudistas (Johnson era partidario del mantenimiento de la esclavitud y bajo ese lema logró los decisivos votos del Sur) y actuar, una vez elegido, de una forma totalmente diferente a lo que había prometido a sus electores, impidieron que siguiera gozando de la confianza de sus conciudadanos, y escalara la magistratura del Estado.
Bien es verdad que el asesinato de Lincoln, al que debió su anticipado ascenso a la Presidencia está, por así decirlo, todo él impregnado en alcohol.
El asesinato de Abraham Lincoln fue cuidadosamente programado por poderes fácticos a quienes estorbaban los planes monetarios del Presidente. Pero, tras una planificación técnicamente perfecta, los errores humanos debidos al alcoholismo, no sólo estuvieron a punto de malograr la trama, sino que permitieron que trascendieran las motivaciones de la misma.
El 14 de abril de 1865, el actor John Wilkes Booth empezó a tomar unas copas de whisky, a las tres de la tarde, en el bar de la Kirkwood House, de Washington. A las cuatro, llegó al salón de Deery y pidió una botella de brandy. Dos horas más tarde se le pudo ver bebiendo whisky en el salón Taltavul, junto al Teatro Ford. Habiendo puesto al punto los últimos detalles para la ejecución del crimen que planeaba, Booth volvió, hacia las nueve y media, al Taltavul, donde se puso a beber cerveza junto con los empleados del Presidente Lincoln Charles Forb, mayordomo, Francis Burns, cochero y John Parker, guardaespaldas.
Este Parker había sido expulsado de la policía regular por alcohólico. Que un hombre de tales antecedentes llegara a ser guardaespaldas del propio Presidente es uno de tantos detalles incomprensibles de este caso singular.
A las diez y cuarto, mientras Parker continuaba bebiendo, dejando, así, al Presidente sin protección, Booth pasó al Teatro Ford y disparó mortalmente contra Lincoln. Mientras tanto, George Atzerodt compañero de Booth en la conspiración, que se suponía debía asesinar al Vice-Presidente Andrew.Johnson, había bebido tanto whisky para darse ánimos e infundiese valor que, borracho como una cuba, debió abandonar el plan.
Unos años más tarde, de nuevo el alcohol estuvo presente en un episodio importante de la historia de los Estados Unidos.
El 27 de Marzo de 1886, en el Cañón de los Embudos, Estado de Sonora, México, el general norteamericano George Crook y el jefe apache chiricahua Gerónimo negociaron un tratado de paz, según el cual Gerónimo y su tribu se rendirían y se dejarían conducir a la Reserva de San Carlos, en Arizona.
Para celebrar la conclusión del tratado, los apaches se bebieron enormes cantidades de whisky que les había vendido un traficante llamado Wertheimer. A medida que se iban emborrachando los guerreros indios se lo "pensaban" mejor.
A medianoche, un Gerónimo totalmente embriagado y que apenas podía sostenerse en pie declaraba que nunca se rendiría a los blancos y repudiaba el tratado que acababa de firmar. Acompañado por sus guerreros Gerónimo se fue y "continuó la guerra, hasta ser vencido cinco meses después.
En la Historia Contemporánea encontramos una figura señera que rendía auténtico culto al alcohol. Nos referimos al que fue Primer ministro británico, Sir Winston Churchill. Su afición a la bebida, a todas horas del día y de la noche, era tan proverbial que su propio médico, Lord Moran, tenía a veces dificultades en determinar si su paciente estaba relativamente sobrio, o bien en un estado de embriaguez inicial. Consta que ciertas decisiones políticas de importancia las tomó hallándose en ese segundo estado.
El autor es un aprendiz de la vida
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